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Enfermedades y Karma

Las enfermedades, hoy en día, vienen provocadas por las condiciones y circunstancias que los seres humanos mismos crean: no sólo nuestras acciones, sino también nuestros sentimientos y pensamientos. La naturaleza de todas las enfermedades que han aparecido sobre la tierra está directamente relacionada con la evolución del ser humano. Las enfermedades eran, son y seguirán siendo la expresión sensoria del estado anímico y espiritual de cada persona. Pero desde el comienzo de la época del alma consciente, están convirtiéndose cada vez más en una expresión del estado anímico-espiritual de toda la raza humana. Después de que el Misterio del Gólgota se hubiera cumplido y el alma consciente despertó, la humanidad ha necesitado cada vez más desarrollar un concepto de enfermedad y salud que es diferente del pre-Cristiano, y que tiene una cualidad fraternal y holística. Basado en el impulso unificador del sacrificio de amor de Cristo, la humanidad necesita verse como un organismo social que puede caer enfermo igual que el individuo que está dentro de ella.

Tenemos que contemplar como un trágico destino pero al mismo tiempo como una evidencia e ilustración del contexto descrito aquí el que la Gripe Española referida anteriormente se abalanzó sobre la humanidad como un azote durante la Primera Guerra Mundial, en un tiempo por tanto en que gigantescas pérdidas de vidas humanas estaban ya siendo infringidas. En este tiempo, los avances científicos no han traído sólo nuevos desarrollos en la tecnología y por ende en el dominio de la guerra. Ametralladoras y gas nervioso son sólo dos de las innumerables invenciones de la edad moderna –desde la caída de los espíritus de la oscuridad en 1879- que los seres humanos utilizan de una manera bestial para robar a sus hermanos la salud y la vida. Todo esto seguido desde la deshonesta política de la época, de las ideas ilusorias sobre naciones y razas, ley e historia. La bestia que la humanidad creó en esta época en su pensamiento y emociones finalmente tomó una forma correspondiente a tales pensamientos y emociones como incontables millones de virus.


A través de su investigación esotérica, Rudolf Steiner estableció una relación entre el poder oscuro que hoy ya mira hacia la ‘época negra’ de Orifiel y el bacilo que ‘devora y echa a perder los cuerpos físicos humanos’. Él afirma que las precondiciones para el brote de ‘nefastas enfermedades y plagas’ son creadas mediante ‘la lucha fratricida y la guerra de destrucción mutua’, en otras palabras la enfermedad del organismo social. Estableciendo esta conexión entre la actuación de los poderes oscuros entre las naciones y también los individuos, y el brote de enfermedades infecciosas que ‘atacan a los pobres cuerpos humanos’ y les dejan ‘consumirse’, aporta un conocimiento estremecedor del actual estado del mundo. Tales plagas, contra las que apenas alguna medicina ha demostrado ser efectiva, están ya afligiéndonos, mucho antes del advenimiento de la era de Orifiel alrededor del 2400 d.C.


En la misma lección esotérica dada el 5 de diciembre de 1907 –es decir, mucho antes de que la Primera Guerra Mundial hubiera comenzado- Rudolf Steiner estableció una relación entre la formación de los ‘bacilos’ y el dios Mammon[1]. Mammon es el anti-espíritu prevaleciente de nuestra época que se opone al espíritu del Tiempo Micael. Mientras que Micael, el espíritu bueno del Tiempo, Ayudante Servidor de Cristo, ha sido enormemente abandonado por la humanidad mientras él trata de conducirnos hacia una forma social saludable siguiendo las líneas del organismo social triformado, los seres humanos a su vez rinden homenaje a Mammon. Si los seres humanos escucharan a Micael ellos ‘aceptarían activamente... la sabia dirección de Micael´[2], y también permitirían que la actuación de los espíritus de la personalidad se desarrollara en ellos, conduciendo a una visión panorámica de la historia y a la habilidad de percibir correctamente y relacionar hechos kármicos de la vida y de las circunstancias reales.


En relación con las enfermedades la afirmación de Rudolf Steiner sobre la conexión entre el surgimiento de los bacilos y la aparición del dios Mammon está demostrando ser exacta. Nadie hoy, al menos, dudará del vínculo entre Mammon y la posición comercial de las compañías químicas y farmacéuticas en la sociedad occidental, que se beneficia financieramente de los crecientes brotes de epidemias. La forma de pensamiento de la humanidad se ha vuelto tan corrupta que ya no puede siquiera darse cuenta de cuán absurdo es que la producción de medicinas esté sujeta a intereses financieros, por ejemplo que el tratamiento de millones de personas con SIDA sea, con toda seriedad, dependiente de las actividades orientadas a los beneficios de especuladores del mercado de valores.

La llegada de nuevas enfermedades que aún no han sido completamente explicadas y para las que aún no se ha encontrado remedio, se halla también relacionada con la aparición de ese tercer poder oscuro que está en oposición completa al Cristianismo y por ello en oposición al impulso Cristiano de curación. Con el fin del siglo XX –por tercera vez desde el Misterio del Gólgota- está reuniendo sus fuerzas contra el Despertar espiritual de la humanidad.
  
La humanidad, que está desarrollando en el curso de su evolución hoy en día una clarividencia cada vez más común y general, es entorpecida por este impulso anti-Cristiano de dar a esta clarividencia un uso saludable, y progresar de ese modo hacia el conocimiento espiritual. Es ciertamente lamentable que una considerable parte del conocimiento médico y farmacéutico esté cayendo bajo el control de estas tendencias.
  
Si examinamos cuidadosamente el llamado Desorden de Déficit de Atención, encontraremos que tratar incluso a niños con tratamientos a largo plazo de tranquilizantes sirve para tapar y amortiguar sutiles signos de la percepción de los mundos espirituales, que la mayoría de los padres consideran extraño o ‘anormal’, en vez de canalizar y cultivar estos signos de una forma que mejore el bienestar del niño. Las aproximaciones pedagógicas modernas son un problema fundamental. Si un niño expresa algo que experimenta dentro de sí como verdadero, pero entonces no encuentra respuesta de sus padres o profesores, o incluso se encuentra con la desaprobación, estallará un gran conflicto entre las generaciones. Tal conflicto, sin embargo, es aún la expresión de un proceso saludable; pero si se imprime en un niño en la etapa más temprana que lo que experimenta y dice es erróneo y mórbido, la situación cada vez estará más fuera de control. En relación con la educación, por tanto, apenas es realmente un asunto de preguntarnos cómo deberíamos disciplinar a nuestros hijos o cómo deberíamos tratar a un número cada vez mayor de niños ‘enfermos’, sino de preguntar en vez de ello lo que el educador puede aportar al niño, y si está atento a los cambios que suceden en el ser humano individual y la humanidad global. Aquellos que ignoran el contexto global no pueden entender el daño que se le hará a la humanidad en el futuro al administrar sedantes químicos e implantar así algo en muchas almas de una generación completa. Esto se halla en total contradicción con lo que había comenzado a germinar en estas almas, que debería haberse cuidado y cultivado como una valiosa posesión espiritual. Administrar tales sedantes pretende en último término suprimir nuestra consciencia del plan de Ahriman y Soradt, que es poner el mundo patas arriba aunque al mismo tiempo darnos la ilusoria sensación de que las cosas van como debieran, y así utilizarnos para su servicio.
  
Hasta 1917, Rudolf Steiner señaló una tendencia correspondiente en la evolución humana:
Y llegará el tiempo... en que la gente dirá que para los seres humanos pensar sobre el espíritu y el alma es en sí mismo enfermizo, y las únicas personas que están sanas son aquellas que hablan del cuerpo y nada más. La gente lo contemplará como un síntoma de enfermedad si alguien se desarrolla de tal forma que surge la idea de que hay una cosa tal como el espíritu o el alma. Tales personas serán consideradas enfermas. Y –podéis estar bastante seguros de esto- se encontrará una medicina correspondiente para contrarrestar esto.

En aquel tiempo (El Concilio de Constantinopla), el espíritu fue abolido. Asimismo el alma será abolida por la medicina. Basada en un ‘aspecto saludable’ la gente encontrará una vacuna que manipulará el organismo, donde sea posible en la temprana infancia, incluso en el nacimiento, de tal forma que este cuerpo humano no pueda llegar a la idea de que existe un alma y un espíritu. Así de marcadamente opuestas se volverán las dos visiones del mundo.[3]
  
El comercio global de pastillas para dormir y otros sedantes está floreciendo ahora como nunca antes. La humanidad no puede dormir pacíficamente porque, en su Yo superior, no puede –a pesar de todo- reconciliar las realidades espirituales activas con su a menudo visión del mundo diametralmente opuesta y su correspondiente modo de vida. Estamos siendo inundados desde el exterior por sustancias que alejan de nuestro alcance la capacidad de hacernos conscientes de procesos espirituales. El hecho de que el dios Mammon tiene en su firme puño a las compañías farmacéuticas responsables de la producción de estas sustancias es uno de los amargos hechos de la vida que a duras penas nadie cuestiona ahora.



La naturaleza de las ‘enfermedades no-kármicas’
La falta evidente de conocimiento sobre las raíces espirituales y las causas de nuestras enfermedades significan que una significativa sección de la medicina convencional está hoy –ciertamente de manera involuntaria- yendo de cabeza hacia la transformación del impulso Cristiano de curación en su opuesto. Se han emprendido varios estudios en los años recientes sobre los nefastos y casi incontables efectos secundarios que surgen, ya sea directamente o a medio plazo, del consumo de drogas químicas. A pesar de esto, el uso de antibióticos para tratar las enfermedades infecciosas, o la quimioterapia para tratar el cáncer, se contemplan aún como maneras casi sagradas e indiscutidas de enfrentarse a la enfermedad. No han surgido realmente alternativas serias, ya que para que esto suceda, nuestro concepto completo del ser humano tendría que cambiar fundamentalmente.

Ahora es concebible, por tanto, que la enfermedad, que una vez fué un Don de los dioses con el propósito de proporcionar compensación kármica, o como ayuda para nuestro progreso espiritual, no puede llegar ya a la plena fructificación, y por tanto puede ser trasladada a una vida posterior, quizás en una forma agravada.

En este contexto deberíamos también examinar más de cerca lo que son ahora las controvertidas políticas de vacunación. Sólo hay espacio para tocar simplemente  lo que sucede, desde una perspectiva espiritual, cuando un niño es vacunado. Un germen de la enfermedad que ha de ser combatido se inyecta en el cuerpo humano, con el propósito de enseñar al organismo del niño a auto-inmunizarse. Y aún así un niño indefenso debe entonces seguir llevando esta enfermedad dentro de sí.  Algo que proviene del exterior, y que de otro modo podría no haber entrado nunca, se implanta en un individuo. La idea básica de la vacunación por supuesto no es intrínsecamente errónea, correspondiendo al principio homeopático de tratar algo con su similar. Aunque la manera en que es practicado hoy –es decir, no después de que la enfermedad haya surgido, como en la homeopatía, sino antes de que incluso haya brotado, de tal modo que no podemos realmente hablar de ‘terapia’- no tiene en cuenta el trasfondo espiritual de la enfermedad en cada individuo. Así un niño hoy puede verse enfrentado a un destino que no le pertenece en absoluto, ya sea teniendo una enfermedad implantada en él con la que el karma jamás le habría puesto en contacto, o a través del hecho de que la inmunización le evita a su destino la experiencia de la enfermedad que el karma le habría otorgado, ya que esta enfermedad no se puede desarrollar plenamente. Por tanto debe ser aplazado para una vida futura, en la que podrían realmente suceder cosas bastante diferentes debido a las nuevas condiciones producidas por la vida actual.

Como una gran parte de la medicina occidental pasa por alto las causas anímico-espirituales de las enfermedades kármicas, enfocándose únicamente en sus síntomas materiales, también se utilizan medios materiales para combatirlas que uno de hecho no puede llamar realmente ‘medicinas’. La aparición de una enfermedad se percibe en el cuerpo, entonces se diagnostica y se trata físicamente utilizando medios materiales. Al hacer esto, sin embargo, uno multiplica por dos la ‘incorrección’: lo que pretendo decir con esto es que uno no sólo pasa por alto las causas espirituales y por tanto trata sólo los síntomas materiales, sino también que estos efectos externos no se tratan con medicinas derivadas del conocimiento espiritual, sino de perspectivas puramente materiales.

El doctor por tanto introduce algo en el paciente desde el exterior y le trata sólo de un aspecto, que no tiene nada que ver con la causa espiritual y kármica.

Si prescribe un antibiótico, el nombre mismo puede decirnos qué ocurrirá en el organismo del paciente: ‘anti-bios’ significa ‘contra la vida’. Tal medicina no sólo mata el patógeno contra el que está dirigido, sino que antes de matar a este usualmente recalcitrante y a menudo también resistente invasor, también mata toda la demás ‘vida’ del organismo humano, en particular lo que se llama hoy en día el sistema ‘inmunitario’.

He sugerido que la empobrecida vida conceptual, que no se corresponde con las realidades espirituales, puede ser responsable del surgimiento de nuevas enfermedades. La enfermedad del SIDA ya mencionada es, básicamente, un ejemplo de un contagio del espíritu. Sólo de un modo relativamente reciente se ha desarrollado la idea en los seres humanos de que descendemos de los monos. Sólo unas décadas después de la teoría de Darwin, ha resultado que los seres humanos tuvieron ancestros animales, esto ha encontrado su camino hacia los libros escolares y así hacia la sociedad en general. Dentro de un período de tiempo muy corto, por tanto, renunciamos a la visión de nosotros mismos –de que vinimos del regazo de los dioses- que había existido previamente en nuestra vida interna, incluso desde que los seres humanos físicos entraron en el mundo material. Hoy la mayoría de la gente en el llamado mundo civilizado niega ahora su naturaleza divina, y al hacerlo se distancian no sólo en un sentido más espiritual de su verdadera humanidad, sino ciertamente en un sentido físico también. Desde que esta idea Darwinista ha hecho efecto hemos tenido un reflejo de ello en el mundo físico externo, en el virus de inmuno-deficiencia humano (VIH). Este se hallaba presente en los monos[4], e incluso puede haber vivido en ellos durante milenios. Pero sólo en los últimos 40 años se ha vuelto mortal para los seres humanos. Desde que el ser humano comenzó a ver sus propios orígenes en su conexión genética con el gran mono, ha caído enfermo de un patógeno que vive en esta criatura. Está así muriendo por su propia idea ‘fija’, por un concepto anti-Cristiano de la existencia humana.[5]

Aquí lo impuro en el ser humano no es realmente el VIH mismo sino el concepto que el ser humano se ha formado de sí mismo.

En el Evangelio de Mateo encontramos un relato de las enseñanzas de Cristo sobre lo que realmente contamina al ser humano y lo que no:

Luego llamó a la gente y les dijo: “Oíd y entended. No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de ella, eso es lo que contamina al hombre”.

Entonces se acercan los discípulos y le dicen: “¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra? Él les respondió: “Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.”

Tomando Pedro la palabra, le dijo: “Explícanos la parábola”. Él le dijo: “¿También vosotros estáis todavía sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado? En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las malas intenciones, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre; que el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre.”

La enfermedad del SIDA y también otras epidemias que se desatan sobre la humanidad hoy día deberían verse a una luz diferente de aquellas enfermedades que, como destino kármico, conectan a cada individuo con su desarrollo anímico-espiritual y nos es enviada como una Ayuda en este desarrollo por los espíritus del Bien.


Podemos ciertamente decir que algo nuevo ha entrado en la historia de las enfermedades de la humanidad en las décadas recientes: el brote de enfermedades no kármicas. Este concepto no es enteramente exacto, sin embargo, pues estas enfermedades también son kármicas por naturaleza, aunque no en relación con el individuo. La frase sin embargo indica un desarrollo particular, diferenciando aquellas enfermedades que subyacen en el destino kármico de un individuo de aquellas que podemos contraer aunque no formen parte de nuestro sendero kármico. Estas nuevas enfermedades, a las que podemos sucumbir, son desencadenadas por el organismo social enfermo.

Es característico de las enfermedades ‘no kármicas’ el que no se puede encontrar ninguna ‘deuda’ kármica que explique el brote de esas enfermedades en el destino del individuo en cuestión. Lo que los seres humanos traen al mundo en la forma de pensamiento, sentimiento y voluntad anti-Cristianas, en vez de prepararse para percibir al Cristo etérico, fluye al mundo con fuerzas demoníacas. Las manifestaciones físicas y sensorias de estos demonios son los fenómenos de enfermedad que los seres humanos no pueden explicar por medios puramente científicos. Esto incluye no sólo las enfermedades infecciosas sino también lo que debe llamarse la verdadera epidemia cultural de la demencia y el Alzheimer, que se están propagando con rapidez en el mundo occidental,[6] así como las llamadas enfermedades autoinmunes como el lupus y la esclerosis múltiple. Todas estas enfermedades de tipo epidémico se caracterizan por el hecho de que, como signos de un impulso anti-Cristiano, atacan a gente que no tiene la correspondiente predisposición kármica para ellas.

Con el surgimiento de tales epidemias el organismo de la humanidad está mostrando la misma reacción al tratamiento inadecuado que el organismo de la Tierra muestra al tratamiento que recibe. Como reacción a los actos generales de la humanidad, el organismo de la humanidad vomita epidemias, mientras el Organismo de la Tierra es desgarrado por los terremotos y erupciones volcánicas. Aquellos que no han causado ellos mismos el daño son normalmente de hecho los que más lo sufren.

Una vez más en la historia humana, por tanto, algunas enfermedades actuales no están causadas por los dioses del Bien sino por la actividad de las fuerzas del Mal. Pero en la época de Cristo, cuando este estado de cosas estaba aún justificado, Lucifer y Ahriman eran responsables de la aparición de una enfermedad, mientras que hoy el tercer poder que se opone al impulso de Cristo está activo, y utiliza a Lucifer y Ahriman como sus sirvientes para realizar su plan.

Cuando Lucifer y Ahriman desplegaron sus efectos en la época de Cristo, esto involucraba un debilitamiento de los cuerpos humanos astral y etérico como causa de un particular desorden físico. En las enfermedades modernas mencionadas, sin embargo, la causa es una debilidad de la más elevada de las cuatro envolturas o cuerpos del ser humano, el Yo.

Cuando el don de Cristo, el Yo, está debilitado o enfermo, las fuerzas atacantes sólo pueden llamarse luciféricas o ahrimánicas en la medida en que sirven a la tercera fuerza oscura anti-Cristiana. Rudolf Steiner habló de esta fuerza, de la que dijo que en el futuro afligiría a la humanidad como una plaga, como el ‘Misterio de Soradt’.[7] La peculiaridad de tales enfermedades consiste, como ya hemos visto, en el hecho de que estos poderes no impactan necesariamente en el Yo que se ha debilitado. La naturaleza de estos desórdenes puede por tanto señalarnos la condición egoísta más que la orientada al Yo del contexto social humano.


La humanidad puede también caer enferma en su conjunto o Yo de la humanidad, si pierde su conexión con el ser de Cristo, dentro de la cual podría estar hoy.

La tarea espiritual de Europa consiste en intermediar entre los impulsos de Oriente y Occidente. Mientras que Oriente está sujeto a la influencia luciférica, lo ahrimánico viene a la expresión más en Occidente. Entre el alejarse humano de la Tierra, hacia el ‘Nirvana’ –un concepto visionario, pero carente de Yo, del karma- por un lado, y la abolición de alma y espíritu a través de la adoración a la materia sólo por el otro lado, necesita estar activa una fuerza del Centro. Esto se halla representado en el grupo escultórico de Steiner, en el que el Representante de la Humanidad une los extremos de la dualidad en una trinidad equilibrada y sanadora.

Las enfermedades con las que la gente tiene que luchar hoy día, cada vez más no son de naturaleza kármica, están directamente relacionadas con la enfermedad del organismo social en su conjunto. Para los europeos esto significa que están conectados con los objetivos morales, espirituales y Cristianos inalcanzados de su cultura. Europa está cayendo cada vez más bajo el poder de impulsos principalmente anglo-americanos, en vez de aportar al mundo occidental el elemento equilibrador del centro Cristiano. En la medida en que esto sucede, los europeos están contrayendo las ‘enfermedades culturales’ del mundo occidental.

Este rasgo anti-Cristiano en el organismo social sólo puede ser devuelto al equilibrio por gente inocente que tenga en cierto sentido –con Cristo como ejemplo- que dar su salud y su vida por la de los culpables. Esto continuará hasta que la humanidad eventualmente aprenda, amargamente, que es un único organismo, y que a través del nacionalismo chovinista o la disparidad económica se diferencia en grupos sociales o naciones más o menos aventajadas, y al hacer esto amputa sus propios miembros, como brazos y piernas. Entonces se dará cuenta de que nuestro pensamiento y acciones han impactado inevitablemente en el organismo social total. Sólo cuando madure dentro de la humanidad la comprensión del nuevo grupo de alma consciente dotado de un Yo, y cuando aquellos que han estado enfermos en sus corazones, aunque no en sus cuerpos, asuman plena responsabilidad espiritual por sus acciones para librar al mundo de esas enfermedades, será posible detener el brote de nuevas epidemias.

El proceso de hacerse más consciente de la realidad del mundo espiritual y así de la importancia de los Impulsos curativos que Cristo trajo al mundo físico, contiene por tanto un potencial inagotable, particularmente en relación con el tratamiento de enfermedades kármicas ya existentes y de enfermedades no kármicas, y la prevención de nuevas enfermedades.


El impulso Cristiano de curación hoy y en el futuro
Una enfermedad, comprensiblemente, es usualmente percibida por la persona afectada y también por su familia, como un terrible infortunio. No es probable que alguien que cae enfermo esté complacido por ello. Aunque podemos observar que especialmente los niños –quienes, como han pasado sólo un corto espacio de tiempo en la tierra física, usualmente tienen una relación más cercana con el mundo espiritual que los adultos- se las arreglan mejor con una enfermedad grave que sus parientes que no están afectados directamente. Aquellos que caen enfermos bastante a menudo desarrollan un sentido de que su enfermedad es debida al cumplimiento de un propósito superior que ellos mismos no pueden comprender pero cuyo significado reconocen y valoran cada vez más. Hoy en nuestra civilización, las grandes fuerzas espirituales benéficas que una enfermedad puede traer a la luz en el ser humano son a menudo suprimidas o pasadas por alto, ya que la gente considera el cuerpo material como la posesión humana más elevada, y su decadencia o declive como el trágico fin de una existencia humana.

Pero todo lo que necesitamos traer ante nuestra alma en la enfermedad y ante la faz de la muerte, para que podamos obtener un beneficio útil de nuestro destino, es el viaje de Cristo a través del valle terrenal de dolor hasta el reino celestial de Dios. Él es nuestro Representante de la Humanidad. Él nos señaló el camino a través del sufrimiento, a través de la tarea omni-abarcante de la voluntad personal de renacer en una verdadera existencia humana, dadora de vida.

Las curaciones efectuadas en el Punto de Inflexión de los tiempos nos han llegado a través de los Evangelios, y a través de ciertas almas cuya visión espiritual fue capaz de ser testigos de ellas. Estas curaciones nos pueden ser de ayuda para comprender el impulso Cristiano de curación en el presente y en el futuro. Incluso aunque las enfermedades de aquellos tiempos y el curso que seguían eran distintas a las de hoy, sólo podían curarse a través del Impulso de Cristo, igual que sucede en la era actual.

En aquel tiempo el Impulso de Cristo actuó durante tres años, entre el bautismo del Jordán y la Resurrección, en el ser humano Jesús de Nazaret, y fue dado a almas enfermas desde el exterior. Hoy actúa en cada uno de nosotros y, con suficiente devoción y cuidado, puede proporcionar las fuerzas interiores que hagan posible la curación. Tal curación puede inicialmente referirse sólo a la curación del alma. La curación del cuerpo vendrá asimismo a través de las fuerzas de Cristo dentro de la gente durante los siglos y milenios venideros. Según se degenera gradualmente el cuerpo material del ser humano, esta curación surgirá, al mismo tiempo, a través del desarrollo en curso de nuestro cuerpo espiritual –que Rudolf Steiner designó el ‘cuerpo de resurrección’- imitando a Cristo como nuestro ejemplo.

Si penetramos en esto con nuestro pensamiento, podemos concluir que una vez que este cuerpo de resurrección ha sido plena y perfectamente formado, el propósito y efecto del karma como existe hoy en día para el ser humano habrá cambiado. Podemos imaginar este sendero de evolución al revés: alguien que haya desarrollado este cuerpo de resurrección –es decir, su cuerpo físico espiritualizado- hacia el final de la Encarnación planetaria de la Tierra, ya no puede sufrir enfermedad en su antiguo cuerpo material, pues él ha sido capaz de descartarlo como una vieja piel vacía. Si él ya no puede sufrir enfermedad en este cuerpo material, la enfermedad kármica ya no puede jugar un papel para él. Si, a su vez, ya no hay más enfermedades kármicas, esto significa que el ser humano se desarrolla más en su alma de tal manera que ya no da lugar a ninguna enfermedad más.

Esta evolución del alma, y así la preservación de la salud, es algo que sólo adquirimos a través del poder del Yo. La voluntad del Yo se ha vuelto entonces tan madura y fuerte en nosotros que actuará como un continuo guardián sobre nuestras envolturas corporales, de la misma forma que el Yo de Jesucristo, que nos trajo el Yo, actuó como guardián de las envolturas corporales inferiores de la gente en el amanecer de una nueva Era. Cuando él les dotó con las fuerzas de Su Yo, los demonios fueron expulsados de sus envolturas corporales, y la enfermedad partió de sus cuerpos.

De esta manera, el Yo y la naturaleza corporal, el impulso de Cristo y la curación del cuerpo, están relacionados el uno con el otro.

En el futuro, por tanto, nuestro concepto del karma sufrirá una transformación hasta el grado de que cambiemos nuestra condición anímico-espiritual y así también nuestra condición física. La base del concepto del karma del distante futuro –que se aplicará a la siguiente etapa de encarnación planetaria de la tierra- puede hoy ya ser concebida y comprendida por la observación y el cultivo de estas tres cualidades que son inherentes a Cristo: amor, compasión y consciencia.

El nuevo karma de la Tierra, Júpiter, se formará a partir de la interiorización de estas tres Piedras angulares del espíritu Cristiano en el pensamiento y el sentimiento, y de la realización impregnada de voluntad de ellas. En aquellos tiempos tan distantes, las almas maduras que ya no sufren enfermedades físicas, como se ha descrito antes, se unirán en plena consciencia con el destino de otra alma con necesidad de ayuda, es decir, con su karma. Estas almas maduras se entregarán, en amor, compasión y consciencia, a asumir el karma de la enfermedad de otras almas, cuyos Yoes se hallan tan debilitados que son incapaces de ayudarse a sí mismos. Así una alma impregnada de Yo del futuro ayudará y asumirá el karma de enfermedad de otro ser humano, y cargará con él en su lugar de tal modo que pueda recuperar su salud. A través de tal acto de sacrificio –en un sentido Cristiano- el ser humano avanzado se parecerá cada vez más a Cristo en Júpiter.

Hoy ya podemos hacer esta evolución en el distante Júpiter comprensible e incluso prepararnos activamente para ella a través de la consciencia de la importancia del sentido humano del Yo ajeno, que Rudolf Steiner reconocía como el decimosegundo sentido en los seres humanos modernos. Este sentido del Yo ajeno se distingue por el hecho de que no se relaciona –o no sólo se relaciona- con comprender nuestro propio Yo, sino más bien el del otro. Como tal el sentido del yo ajeno es el más elevado de todos los sentidos humanos y hoy ya forma una etapa preparatoria y fundamento para lo que constituirá el ser humano espiritualizado del futuro, y le desarrolla en un alma que se sacrifica, que ayuda. Así del sentido del yo ajeno puede decirse incluso que da un anticipo de nuestra existencia humana futura. Hoy, como el más elevado de los sentidos superiores, ya está presente en nosotros como un constituyente futuro del organismo humano espiritualizado de Vulcano, donde formará el sentido inferior y así fundamental para comprender y penetrar el mundo espiritual.

Para nuestro presente inmediato, y para décadas y siglos futuros, esta evolución se iniciará según aprendemos cada vez más a encontrar nuestra propia salvación en ayudar a los demás. Si alguien cae enfermo hoy, la misión de la enfermedad kármica significa que la idea de karma puede prender más fácilmente en él, y así su Yoidad es ayudada a despertar hacia la consciencia espiritual. Pero algo bastante particular sucede que conduce hacia la evolución futura descrita arriba: no sólo nuestra enfermedad nos conduce usualmente por un sendero completamente nuevo y potencialmente a un nuevo impulso en nuestras vidas, sino que también ofrece a otros la oportunidad de despertar a los sentimientos y actos Cristianos.

Nuestra enfermedad es por tanto al mismo tiempo una llamada a despertar a la compasión del otro. Sólo cuando podemos sentir compasión del destino de otro –en este caso en la forma de enfermedad- podemos también desarrollar el poder activo de curar.

Así la medicina, en la medida en que realmente sirve al impulso de curación, está basada enteramente en el interés amoroso, en la compasión de la persona saludable por el destino de la persona enferma. Los impulsos que la persona saludable aquí emplea y difunde, son arquetípicamente Cristianos. Incluso si una persona no puede ofrecer directamente ayuda médica especializada, y no es por tanto capaz de interesarse en asuntos físicos específicos, su interés e involucramiento ejercerán un efecto curativo sobre el paciente. Aunque sufre con sentimiento con el otro (el significado literal de ‘compasión’), él ayuda al otro a realizar más rápidamente su karma.

Además, con cada movimiento de su simpatía él contrarresta poderosamente los impulsos destructivos del futuro, de los que habló Rudolf Steiner en relación con la anulación del alma. Quienquiera que pueda sentir simpatía y compasión no permitirá que se le niegue la existencia de su alma, y tampoco, por tanto, la existencia de un mundo en el que él está enraizado.

En el grupo escultórico de Dornach, el Representante de la Humanidad permanece en el centro. Rudolf Steiner quería mostrar las tres Piedras angulares del espíritu Cristiano –amor, compasión y consciencia- brillando desde la forma escultural de Su rostro. Así es como se le apareció a su ojo interno ya en mayo de 1912, dos años antes de que modelara los primeros borradores reales del ‘Grupo’, cuando habló en Colonia sobre la figura del Representante de la Humanidad como sigue:

La compasión y el amor son las fuerzas a partir de las cuales Cristo forma Su cuerpo etérico hasta el final de la evolución de la Tierra... Desde los impulsos de consciencia de los seres humanos individuales, Cristo extrae Su cuerpo físico.[8]

Al mismo tiempo en que estas características comenzaron lentamente a tomar forma en la representación artística del rostro de Cristo en el estudio de escultura de Dornach, Rudolf Steiner dio por primera vez los llamados versos Samaritanos a los miembros de Berlín al estallar la Primera Guerra Mundial:

Mientras tú sientas el dolor
que me deja indemne
La actuación de Cristo en el ser del mundo
No sea percibida
Pues débil se queda el espíritu
Cuando, solo en su propio cuerpo
 Permanece inmune al sentimiento del sufrimiento.

So lang du den Schmerz erfühlest
Der mich meidet,
Ist Christus unerkannt
Im Weltenwesen wirkend.
Denn Schwach nur bleibt der Geist
 Wenn er allein im eignen Leibe
Des Leidesfühlens mächtig ist.[9]


Encontramos la parábola del compasivo samaritano en las palabras del Evangelista y médico Lucas, que me gustaría recordar aquí:

Se levantó un legislador (escriba) y dijo, para ponerle a prueba: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” Respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Díjole entonces: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás.”

Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: “Y, ¿quién es mi prójimo?”. Jesús respondió: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándole medio muerto. Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión. Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: ‘Cuida de él, y si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” Él le dijo: “El que practicó la misericordia con él.” Díjole entonces Jesús: “Vete y haz tú lo mismo.”
(Lucas 10, 25-37)

Esta parábola de misericordia nos conduce a los versos Samaritanos de Rudolf Steiner, que encarnan aquellas tres principales cualidades Cristianas: Amor, Compasión y Consciencia. La ‘experiencia’ del otro es una expresión de la capacidad de amar. No es sólo un sentimiento, un sentir cauteloso, sino un activo volverse hacia el ser de otro. ‘Experimentar’ al otro es el amor que procede del propio Yo. En el ‘sentido del sufrimiento’ se halla expresada nuestra participación en el dolor ajeno, manifestándose en la cualidad de la Compasión. Y si nos elevamos a desarrollar el amor y la compasión, nos hacemos fuertes en nuestro Yo, no quedándose ‘débil’ ya nuestro ‘espíritu’. A través de esta fuerza espiritual se forma nuestra consciencia, que nos llama a realizar actos Cristianos.

Así, absorbamos una vez más las palabras mántricas del verso Samaritano:

Mientras tú sientas el dolor
Que me deja indemne
La actuación de Cristo en el ser del mundo
No sea percibida
Pues débil se queda el espíritu
Cuando, solo en su propio cuerpo
Permanece inmune al sentimiento del sufrimiento.

Podemos ver en este verso que Cristo está siempre actuando en todo ser. Aunque depende de nosotros el que Él sea percibido. Esto depende de si podemos despertar la compasión, el amor y la consciencia en nosotros mismos, como cualidades de Cristo. Estas tres cualidades están expresadas en el sentido del Yo ajeno; pues en el amor auténtico nuestras propias necesidades no son las que cuentan, sino más bien nuestra capacidad de sacrificarnos por el bien de otro. Y la compasión también es el abarque completo del destino y circunstancias de nuestro ‘vecino’. La virtud suprema del sentido del Yo ajeno, sin embargo, es la consciencia, que vive en nosotros cuando no estamos encerrados, solos, en nuestro ‘propio cuerpo’ sino que experimentamos el espíritu del otro y actuamos en consonancia. Esta consciencia puede hoy conducir a la percepción de la actuación de Cristo en ‘todo ser’, y eventualmente a nuestro propio acto de sacrificio que es realizado por el bien de otro. Nosotros de ese modo nos embarcamos en el sendero de redención del Representante de la Humanidad. Y este sendero de redención, seguido por el bien de la salvación de nuestro prójimo, es la medicina para curar a todo ser humano.

Fuente: Judith Von Halle



[1] Ibid. Conferencia del 5 de diciembre de 1907.

[2] Ver Rudolf Steiner: Breathing the Spirit (Respirando espíritu) (Rudolf Steiner Press 2002).

[3] Ver Rudolf Steiner: The Fall of the Spirits of Darkness (La Caída de los Espíritus de la Oscuridad) (Rudolf Steiner Press 2008), conferencia del 7 de octubre de 1917

[4] Ver el artículo ‘Das Virus das aus der Wärme kam – Wie der AIDS-Erreger die Welt eroberte’, Basler Zeitung, 2 de noviembre de 2007.

[5] También referido por Peter Tradowsky, conferencia de Año Nuevo de 2002, impresión privada (Berlín, 2003)

[6] Un estudio de Judith von Halle sobre este tema está previsto que se publique en alemán en 2008.

[7] Ver Rudolf Steiner: Book of Revelation (Apocalipsis) (Rudolf Steiner Press 1998), conferencia del 10 de junio de 1915. (N. del T. no existe libro alguno con ese título y que coincida con esa fecha, ¿es un error?, habrá que comprobarlo)

[8] Ver Rudolf Steiner: Erfahrungen des Übersonnlichen. Die drei Wege der Seele zu Christus (GA 143), conferencia del 8 de mayo de 1912.


[9] Ver Rudolf Steiner: Destinies of Individuals and Nations (Los Destinos de los Individuos y las Naciones) (op. cit.), conferencia del 1 de septiembre de 1914.

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